Cap8.- El latido negro- 2da parte
Pasaron diez días desde que Eren se quedara sola aquella primavera. Tenía menos tiempo para jugar con Shyl porque debía procurarse su propio alimento ahora que su hemano no estaba. No obstante, tenía un sistema de trampas para cazar que no fallaba jamás.
Un mes entero, y la niña empezó a preocuparse, porque si bien su hermano había tenido períodos de ausencia antes, jamás se habían extendido tanto. Por otro lado, la temporada fría se acercaba rápidamente y prácticamente no quedaba nada de leña. Eren juntaba ramas en el bosque, pero no tenía fuerza suficiente para talar un árbol como hacía su hermano.
Una tarde, luego de cazar, decidió visitar nuevamente el centro del bosque, con la esperanza de matar un poco el aburrimiento. Antes de llegar, percibió algo: una vibración en la tierra, que iba creciendo conforme ella se acercaba. Prudente, fue avanzando de a poco, escondiéndose entre los árboles y haciendo el menor ruido posible. Algo oscuro y enorme dormitaba ahí delante. Aún ante la escasa luz que se filtraba por el denso follaje se podía ver... era tan grande como la cabaña, pensó Eren.
No le pareció hostil, sin embargo, de manera que se acercó hasta casi poder tocarlo. Era alguna criatura increíblemente antigua, alada, y negra como la noche. Su pecho se inflaba y desinflaba al ritmo del latido que hacía vibrar el suelo. Shyl, la loba, temblaba en sus brazos. Eren estiró el brazo y acarició la lisa y áspera piel de la criatura, que abrió rápidamente los ojos, verdes y enormes. La niña no retrocedió mas que para dar lugar a la bestia que se erguía eternamente, hasta tapar las copas de los árboles con su inmenso cuerpo. El latido se hizo mas veloz, y finalmente el monstruo desplegó sus enormes alas y levantó el vuelo, agitando los árboles y arrancando algunas ramas.
Eren estaba muy emocionada por su descubrimiento esa noche mientras cenaba en la cabaña, y decidió que volvería al día siguiente. Dejó sobre la mesa un montón de agujas de pino para Seirus, de las que solo crecían en el corazón del bosque, para que si por ventura volvía, supiera adonde había ido ella. Pero Seirus no regresó, y Eren pasaba mucho tiempo en el centro de la espesura, dónde lo único que rompía el silencio era el latido rítmico de la bestia.
La niña había descubierto, además, que mientras el resto del bosque mudaba su color verdoso por el amarillo amarronado, el centro permanecía húmedo y cálido. Decidió que pasaría allí el invierno de ser necesario. El enorme animal negro dormía la mayor parte del tiempo, pero a veces despertaba como acechado por el hambre y levantaba vuelo sin previo aviso. Eren lo había observado también cazar, silencioso y veloz, cosa que resultaba sorprendente dado su gran tamaño. De alguna manera, no agitaba siquiera las hojas al moverse, y se fundía con las sombras hasta el momento de atacar.
El animal, al que Eren había bautizado "Vesper" recordando una de las historias de las que su hermano le contaba, rara vez reparaba en la niña.
Para cuando llegó nuevamente la primavera, Eren se había acostumbrado tanto a la semi-penumbra de su refugio en el centro del bosque que decidió que no volvería a la cabaña: Imploró a los dioses, sin embargo, que su hermano se encontrara bien, donde fuera que estuviera.
martes, 29 de marzo de 2011
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