Cap7.- Cenizas Grises
Urruk cruzó lentamente el umbral de la casa y vió, pálida como un fantasma, a aquella muchacha, con dos niños en brazos y sentada en una silla, como esperando la muerte. Un joven de cabellos claros la acompañaba. Urruk lo reconoció al instante, era la viva imagen de su madre. Vió en sus ojos una calma fría y sangrienta, la misma que tenían las bestias cuando se sabían acorraladas y decidían pelear hasta desfallecer. Muy bien, pensó para sí Urruk, si así va a ser...
Desenvainó su espada, y dió un paso hacia el muchacho, cuando de pronto, algo veloz como un relámpago cruzó por la puerta y lo tumbó sobre el suelo de piedra. El capitán ignita, con reflejos aceitados por una vida dedicada al combate, se levantó al instante y enfrentó a su atacante: Un elfo de espalda ancha y ojos en llamas. Era Fenir Ala de Fénix.
Ambos contrincantes se trenzaron en una lucha veloz y cruda: Las furiosas y precisas embestidas de Urruk solo se comparaban con la velocidad excepcional que tenía Fenir para evadir y contraatacar. Finalmente, Urruk se vió obligado a retroceder hacia el exterior, y Fenir lo siguió, con su espada desenvainada y algunas heridas que manchaban su armadura de rojo.
Ellëne suplicó a Seirus que tomara a las criaturas y escapara, pero el joven no tuvo tiempo de responder: Bajo la lluvia que caía, apagando los fuegos que ardían por doquier y levantando densos vapores, un grito agónico se elevó hacia los cielos, como un ave que añorara por última vez el firmamento. Seirus tomó un hacha de su bolsa de cuero y salió rápidamente por la puerta. No pudo contener un grito de desesperación cuando vió a Fenir tendido sobre la hierba húmeda y roja, y a Urruk, que bastante mal herido, intentaba ponerse de pie a escasa distancia.
Seirus se lanzó sobre él, pero el ignita aún conservaba suficiente fuerza como para luchar: Desvió su ataque, haciéndolo caer pesadamente sobre el suelo. En ese momento vió a Ellëne parada en el marco de la puerta, y sin pensarlo se lanzó hacia ella. Seirus vió la figura de su madre, que ligera como una pluma, caía al suelo sin siquiera agitar la hierba a su alrededor.
El mundo se detuvo.
Suave como una brisa abrazó la tierra, sin soltar a los niños que llevaba en brazos. Urruk murmuró algunas palabras que Seirus pudo entender: "Era mi hijo"
Antes de que nadie pudiera reaccionar, zumbaron los arcos syrtianos anunciando a los soldados, que llegaban desde todas partes. Casi al mismo tiempo, como surgidos de las sombras, un grupo de ignitas, guardaespaldas de Urruk, rodearon al capitán. En medio del sangriento encuentro, en el que morían por igual elfos, humanos y moloks, Seirus alcanzó a tomar a uno de los mellizos con un brazo, y, empuñando su hacha con el otro para defenderse de los ataques enemigos, se lanzó al abrigo de la noche.
domingo, 27 de marzo de 2011
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