Capítulo 2.-La flor del desierto
Los soldados ignitas llegaron maltrechos y cansados hasta el refugio del desierto, seguros no obstante de haber dado un golpe fatal al reino de Syrtis: tardarían muchos años en reponerse de aquella invasión. Las fuerzas élficas ya no los perseguirían, sabían que el desierto no toleraba a los extraños. Ellëne se encontraba atada desde hacía semanas a una de las monturas de la caravana de guerreros ignitas. Urruk había encargado que se la alimentara bien, puesto que planeaba convertirla en su esposa, pero aún así, el brillo de sus ojos se había apagado como si la arena del mar de dunas los hubiera opacado para siempre.
Ya en Altaruk, Urruk y los soldados fueron recibidos como héroes de guerra, y Ellëne se vió obligada a unirse a las otras jóvenes del haren, que Urruk visitaba asiduamente. Resaltaba como una esmeralda entre las concubinas de piel morena y ojos negros, y llamaba poderosamente la atención de los nobles que transitaban por la opulenta vivienda del capitán de la guardia. Por mas que Urruk obligara frecuentemente a Ellëne a repetir aquella melodía exótica que oyera en Ulren Asir, la muchacha, fría y pálida, ya no era capaz de lograr aquellas notas mágicas, y luego de un tiempo perdió definitivamente la voz.
Una noche de luna llena, luego de que acabaran las fiestas anuales de la cosecha, Ellëne, aprovechando el estado de ebriedad que reinaba entre los guardias y en toda la ciudad, escapó de su encierro, robó un caballo y logró llegar a los pies de la gran muralla ignita. Mirándose en las aguas del mar delante suyo no lograba reconocer a la alegre muchacha que otrora sembrara los campos verdes de syrtis... algo no estaba bien, debía volver inmediatamente a su tierra. Era mas que un presentimiento, lo sentía en su estómago: era la premonición de la vida.
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