jueves, 13 de agosto de 2009

A Orillas de la Triple Frontera

A medida que me aproximaba a la orilla más me alejaba del incesante murmullo del grupo turístico en el que me encontraba. Tomé un camino fuera de programa que suponía no me tomaría más de ocho minutos recorrer de ida y vuelta. Estaba, en parte, acertado, pero no conté con lo que hallaría allí abajo. La quietud, la tranquilidad. El río sereno y manso como el cielo despejado y hermoso como el planear de los pájaros. No corría una gota de viento ni la más mínima corriente de agua que perturbara la serenidad del río. Aún sabiendo que el micro estaba próximo a partir de regreso a Brasil, no podía moverme de ese lugar. La belleza que alcanzaba a ver y sentir desde esa pequeña playa casi secreta me había paralizado. No me permitía dejar de admirar el infinito esplendor que la naturaleza dejó allí para nuestro deleite.

El grito de mi nombre me arrancó del mundo abstracto en el que me había sumergido y me recordó que los once minutos que Juan – el guía – nos había permitido hacía rato habían acabado. En el apuro por subir me agité más de la cuenta. Tome un brevísimo descanso que me permitió despedirme de la costa secreta. Continué la escalada y la complete en tiempo récord. Al llegar no me alcanzaba el aliento para contarle a mi padre – quien grito mi nombre – lo que acababa de vivir. Ahora en un momento de espera y aún lamentándome por no haber llevado una cámara conmigo me dispongo a concluir este corto relato acerca de una bella experiencia.

Nahuel lombardi
Junio 2008

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