Hay una puerta, en algún lugar, de difícil acceso para los simples mortales. Detrás de esta puerta, se abren mundos cuya vastedad asombra a los afortunados visitantes. Uno puede demorarse toda la vida, atónito, en la mera contemplación de estos prodigios ocultos, tal es la complejidad y la riqueza de las maravillas que allí se guardan. Otros pueden dedicarse a recorrer estos magníficos salones en los que las delicias son constantes.
La puerta mágica que guarda este otro universo está al alcance de todo el mundo, más no todos tienen la perseverancia necesaria para encontrarla y aún menos se atreven a abrirla.
Sucede que como pago por los secretos que se revelan al aventurero audaz, se exige un precio brutal: quién tenga acceso a los tesoros del mundo deberá renunciar para siempre a la felicidad, acosado por los fantasmas de su propia mortalidad. El solo hecho de vislumbrar todo cuanto el mundo posee de bello despierta en el viajero la triste realidad de la condición humana, que es finita y casual.
Pero existe una esperanza, pobre dirán los menos optimistas, que consiste en acercar a otros hacia este mundo secreto, convertirse en guía para los espíritus jóvenes, ya que aunque el precio a pagar sea tan alto, un solo vistazo a lo oculto detrás de esta puerta vale tanto como la propia vida.
miércoles, 5 de enero de 2011
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